Una carta.
Actualmente está desatendida la práctica de escribir cartas y sólo algunas razones de peso mantienen vigente esta maravillosa forma de comunicarse. A continuación se expone la carta que una colaboradora muy querida y entrañable y a quien respeto mucho mucho, además de ser mi supervisora de intervención en el proyecto de Servicios Sustanciales para Hispanoamérica, de verdad que su esmero y pulcritud en el cultivo de la amistad y de la redacción cómplice es digno por lo menos de ser expuesto a la observancia de la posteridad.
Horizontes Contemplados: Un Viaje desde China a Pakistán
Por Cora Alcázar Salazar, Directora en Jefe del Departamento de Redacción en Servicios Sustanciales para Hispanoamérica
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Hola muchacho amable, espero que justo ahora estés bien bien querido amigo, sin más preámbulos que para eso somos entrañables, ecuménicas, contingentes, arquimédicas, viejas almas coterráneas, paso a informarte de mis andanzas por esta hermosa roca, grosero amasijo de polvo cósmico, delirante imaginología del espíritu humano. Primero el kitsch para quitárnoslo de antemano:
Llegué a Pakistán desde las llanuras orientales de China, un trayecto antiguo, impregnado de historia, donde la mirada se diluye entre montañas imponentes y pueblos anclados en las raíces de sus siglos, bajo la indiferencia de las épocas. La frontera entre ambos países, distante y solitaria, se siente menos como una línea divisoria y más como un tejido invisible donde se entrelazan culturas, idiomas y memorias. Es un viaje donde lo que queda atrás se disuelve en lo que está por venir, y donde el tiempo adquiere una dimensión extraña, como si camináramos en paralelo a nuestra propia sombra, observándola y redescubriéndola en cada paso. Ya superada la fase del stand’up comedy, espero, d_mos paso a la continuación.
Nuestra travesía pues comienza en las sendas de Karakórum, donde los picos nevados se erizan como socavados por historias de otros fríos, unos que nuestra especie y sus ancestros no han conocido. Así, es fácil aceptar la ocurrencia de que aquí la tierra y el cielo parecen conspirar para desafiar lo humano, exigiendo una atención plena, una presencia absoluta. En este lugar habitan seres para los que este eco de realidades pasadas todavía está vigente en su ADN primordial.
Avanzando por senderos empinados, me reencontré con el entendimiento del poder de lo inmutable, de aquello que permanece a pesar de nosotros, de nuestro afán por definir y poseer, de lo pasajeros que somos, casi el equipaje de un relato enzimático, casi, pero casi no vale. O sí, a veces, por ejemplo en estas montañas, nuestra necesidad de entenderlo todo parece casi irrisoria. La naturaleza no nos necesita para ser, y tal vez en esa independencia radica su profunda majestuosidad, una libertad que resuena con lo esencial de nuestra existencia.
Por momentos, sentí que cada paso me llevaba más allá de un viaje físico. Era como si la conciencia misma se dilatara, invitándome a explorar horizontes internos, los vapores perfumados de la India, quizá, todavía cobraban sus efectos. La serenidad de los paisajes me confrontaba con mis propias ideas sobre la vida, la soledad y el propósito. Me preguntaba si nuestro impulso de crear, de intervenir en el mundo, no es en última instancia una manera de darle sentido a nuestra fugacidad. Quizás todo nuestro empeño por moldear el entorno no sea más que una prolongación de nuestra voluntad de trascender, de dejar huellas en el tiempo que, en el fondo, sabemos que nos olvidará. En este escenario primitivo esos pensamientos y casi cualesquiera otro, se desvanecen como el eco de una oración perdida, aquí el aliento se impregna de esta idea, que hay verdades que solo se revelan cuando se abandona la necesidad de explicarlas. La paradoja de nuevo; ahora me es fácil saber que tenías razón aunque apenas eras un niño.
Perdida en mis habilidades alpinísticas no me di cuenta cuando, de esta manera inadvertida y desapercibida al mismo tiempo, el camino descendió hacia los valles verdes y fértiles de Hunza, ¿recuerdas la música aquella tan divertida, enérgica y encantadora?, Hunza tierra donde la vida brota con una intensidad que contrasta ostensiblemente con la austeridad de las cumbres. El verdor y la calidez de las aldeas locales me recordaron que, en su esencia, el ser humano también es parte de este ciclo vital. Los habitantes de Hunza, con sus ojos llenos de historias y sabiduría y laceraciones de sol, parecen estar en sintonía con un ritmo que nosotros, desde nuestras ciudades de concreto y luces titilantes, hemos olvidado o ignorado. En sus gestos, en sus rituales cotidianos hay una humildad y una gratitud que trascienden palabras y fronteras. Es una lección silenciosa sobre el valor de lo sencillo, de aquello que no se puede medir ni cuantificar pero que nutre el espíritu de manera profunda y duradera.
Pakistán en su diversidad, es un país de contrastes que invitan a la reflexión. La fragilidad y la fortaleza coexisten aquí de manera palpable: un niño que juega entre ruinas históricas, una mujer que cultiva en tierra pedregosa, una mezquita que reposa en un valle desolado, bajo un cielo amplio y sin barreras. Estos contrastes me hicieron pensar en la dualidad de la existencia humana: nuestra capacidad de crear y de destruir, de cuidar y de ignorar, de amar y de odiar. En cada aldea, en cada rostro, percibí esa tensión, una que refleja nuestro esfuerzo constante por encontrar equilibrio en un mundo que rara vez es estable. Curiosamente dicha inestabilidad es la que me permite visitar estos rincones de belleza pero la guerra siempre ronda en el horizonte cercano y las batallas por la subsistencia son el pan de cada día, lo bueno es que puedes pasártela con un muy buen café.
Mi última parada fue en Lahore, la joya cultural de Pakistán, donde la vida urbana adquiere una vibración diferente. Aquí, el ruido, el aroma a tabaco y canela, a opio y benjuí, la luz y la energía se entrelazan en un baile interminable. La arquitectura con sus combinaciones de influencias persas, mogolas y británicas, es un testimonio de las múltiples capas que componen la identidad de esta tierra patriarcal. Mientras recorría las antiguas callejuelas y los bazares bulliciosos, no pude evitar preguntarme: ¿qué papel juega la memoria en la construcción de nuestro presente? Lahore es una ciudad que parece vivir entre el pasado y el futuro, donde cada calle y cada edificio cuentan una historia que se resiste a ser olvidada.
En este viaje lo que he aprendido no es solo sobre Pakistán, sino sobre la persistente búsqueda humana de significado y conexión pues la geografía y la historia se entrelazan aquí de manera única, revelándonos que somos tanto individuos como parte de una corriente colectiva que nos supera, una corriente de vida. En un contexto como este la “verdad” no es algo que se pueda poseer o controlar, sino una configuración constante entre lo conocido y lo desconocido, un baile al borde del precipicio de lo inconmensurable .
Para la contraportada, jejejeje:
Este viaje más allá de sus impresionantes paisajes y encuentros, ha sido una invitación a repensar nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. Tal vez la lección más profunda es la humildad ante lo que no comprendemos del todo, una humildad que nos invita a contemplar, a aprender y a respetar, sin la necesidad de imponer nuestras propias interpretaciones. En este sentido, Pakistán, con sus montañas, valles y ciudades, no es solo un destino, sino un espejo de nuestras propias contradicciones y aspiraciones. El horizonte que observo al despedirme de esta tierra no es solo una línea lejana entre el cielo y la tierra, sino un recordatorio de que el viaje, en realidad, nunca termina.
He aquí una prueba de ello:
(primer borrador)
El Leopardo de las Nieves: Un Encuentro con la Libertad
Por Cora Alcázar Salazar, Directora en Jefe del Departamento de Redacción en Servicios Sustanciales para Hispanoamérica
Para quienes lo han buscado, el leopardo de las nieves es algo más que un felino elusivo que recorre las escarpadas montañas de Pakistán. Es una metáfora viva de la libertad, un símbolo de lo inasible, de aquello que, a pesar de toda nuestra ciencia y tecnología, permanece intacto y ajeno a nosotros. Mi viaje a Pakistán fue, en muchos sentidos, una búsqueda de ese espacio indomable en el mundo, donde la naturaleza aún dicta sus propias leyes y el tiempo se mide en el ritmo de las montañas, no en el correr de los relojes.
Llegué al Karakórum, un paisaje tan vasto y distante que obliga a cualquier ser humano a encontrar su lugar en la inmensidad o a perderse en ella. Por catorce días mis compañeros y yo ascendimos por senderos empinados, envueltos en un silencio espeso, casi sagrado, otro casi valedero. El aire es tan puro, tan delgado y tan frío que cada respiración resulta ser un recordatorio de nuestra propia fragilidad frente a este entorno inmenso. Sabía que la posibilidad de ver al leopardo de las nieves era remota, y quizá esa misma improbabilidad le daba un sentido hermosamente heroico a la travesía. Había venido a buscar un símbolo de libertad, pero en cada paso sentía que era la montaña la que me estaba encontrando a mí, despojándome de las urgencias y las certezas que traía conmigo de la tecnologizada república popular.
Después de treinta y cinco días de búsqueda la recompensa llegó en un instante fugaz. Estábamos en una ladera cuando lo advertimos: una figura esbelta, difuminada contra la nieve y las rocas. Su pelaje gris moteado en esta temporada le confiere una especie de invisibilidad natural; tuvimos que enfocar la vista para confirmar que realmente estaba allí donde lo veíamos. El leopardo de las nieves nos observaba desde una distancia segura pero en su mirada no había temor. Nos estudiaba con una serenidad casi imperturbable, como si supiera que nuestra presencia era efímera y que, al cabo de un tiempo, regresaríamos a nuestros mundos lejanos y él quedaría allí, intacto, tan libre y tan antiguo como siempre.
Esa imagen fue una revelación amigo mío. Entendí en ese momento que el leopardo de las nieves representa algo que va más allá de su rol en el ecosistema o de su cautivadora belleza. Entendí el por qué es entre estás gentes un recordatorio vivo de que hay realidades que no están hechas para ser poseídas, ni comprendidas, realidades que existen para encarnar lo que significa realmente la pulsión de libertad. En un mundo donde todo parece al alcance, donde todo puede ser estudiado, cuantificado y medido, el leopardo de las nieves se escapa de nuestras manos como un susurro, como un eco. Su presencia nos invita además a respetar la vida en sus propios términos, sin la necesidad de apropiarnos de ella.
Durante ese instante en que nuestras miradas se cruzaron, interioricé también que la libertad no es una condición, sino un acto constante. El leopardo de las nieves no se deja ver porque no lo necesita. Su existencia es su resistencia, su invisibilidad su victoria. Mientras permanecía allí, envuelta en un silencio profundo, experimenté una forma de humildad que rara vez sentimos en nuestras vidas modernas. En ese preciso momento, el leopardo se giró y desapareció entre las rocas, sin prisa, sin miedo, dejando tras de sí una estela de misterio.
La despedida de Pakistán me encontró con una certeza: la verdadera libertad, como la de este felino, está en lo inasible, en aquello que no necesita de nuestra presencia para validar su existencia. El leopardo de las nieves es la encarnación de una realidad que no nos pertenece, una enseña del antiguo rastro evolutivo de que aún existen espacios y seres que siguen su propio curso, indiferentes a nuestras intervenciones. Esa libertad, tan esquiva como la misma silueta del leopardo es también la esencia de un mundo que, al igual que nosotros, necesita preservar su propio misterio para seguir siendo auténtico.
Este encuentro, fugaz y transformador fue mi lección. Un viaje hacia el Himalaya, hacia Pakistán y hacia el último refugio de este felino, se convierte en un retorno a lo que somos y a lo que aspiramos a ser. Al final, al regresar a casa me llevo la certeza de que, si algún día se nos olvida respetar lo que no podemos poseer, perderemos la oportunidad de entender la verdadera naturaleza de la libertad.
(segundo borrador, pensado como rodando un docu sin mayores pretensiones —advertencia— por lo que no debes tomarlo como referencias no más que para divertirte un rato, que para eso es que te hago este refrito no es por de más, así que apúrale al chocolate).
Encuentro en las Alturas: Un Viaje al Reino del Leopardo de las Nieves
Por Cora Alcázar Salazar, Directora en Jefe del Departamento de Redacción en Servicios Sustanciales para Hispanoamérica
[Escena 1: Introducción — La Llamada del Karakórum]
Mi viaje a Pakistán comenzó como una búsqueda de lo indómito, de aquello que la humanidad aún no ha logrado domesticar o desentrañar del todo. Entre el vasto silencio y la crudeza del Karakórum, mi destino era encontrar al leopardo de las nieves, una de las criaturas con la legendaria estima de ser de las más esquivas y misteriosas del planeta y es cierto. En Pakistán este felino es más que un animal, es un emblema de las fuerzas naturales que permanecen fuera de nuestro control, como un recordatorio de que existen realidades autónomas, independientes de la comprensión humana; por ello entre estas culturas suele preferiste la noción de entendimiento pues afirman según entiendo que entienden, que quien comprende algo se apropia quizá ilegítimamente de aquello mismo que comprende, para estás personas la libertad es todavía importante aunque empiezan a percibirse las arremetidas del acelerado mundo mercantil y sus vericuetos ideológicos.
Recuerdo que mientras me preparaba para adentrarme en las montañas el estado de la naturaleza parecía ser el de llamar, no para ser conquistada, sino más bien como al estilo de aquellas películas animadas con temática bucólica, para enseñar a observar con humildad.
[Escena 2: El Entorno — Una Geografía de Contrastes]
El Karakórum, con sus picos imponentes y valles profundos, es un sistema montañoso de una magnitud casi sobrehumana. Estas alturas talladas en el transcurso de millones de años, son el hogar de un ecosistema complejo donde cada ser, desde el ave más pequeña hasta el leopardo de las nieves, cumple un papel esencial en el ecosistema, un papel maravilloso en el entramado de su cartografía aproximada y un papel lleno de misterios para estudiosos y narradores de sus muy estudiadas historias. Para llegar a este reino silvestre viajé con un equipo de científicos y guías locales que entienden el valor de cada paso dado y que conocen la dirección del proceso, pues aquí la vida depende de respetar un equilibrio que parece haber sido trazado por siglos de adaptaciones y evoluciones minuciosas y hay que aprender a respetarlo en sus mismas proporciones. De más está decir que los lugareños me han designado el papel de aprendiz porque esperan que prospere entre sus gentes, tengo en mi haber de buena fuente ocho garrafas de fino whiskey y dos con lo que parece un delicioso brandy.
Posicionamiento geográfico:
Baluchistán es la provincia de Pakistán más cercana al camino que conecta China con Pakistán, específicamente a través de la llamada Carretera del Karakórum, que une Kashgar en China con Gilgit en Pakistán. Esta gran vía de movilización es crucial para el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), que se extiende hacia el sur, pasando por Baluchistán y facilitando el acceso a puertos como Gwadar. Sindh, y aunque no está directamente en la ruta, se encuentra al sureste de Baluchistán, zona de conflicto con enormes reservas de oro, cobre y gas que es, en buena parte la razón del contexto geopolíco del país en general, además de que cuenta con un fluido y muy lúbrico mercado negro, en particular de alcohol de alta gama por así decirlo, haz de cuenta el Chocó pero en arenal y con refugios de concreto.
El terreno hostil, las temperaturas extremas y la altitud desafiante hacen que la presencia humana en el hábitat del leopardo de las nieves sea casi incidental. Nosotros, los visitantes, sólo somos sombras que pasan como decías en el tiempo de las mariposas, cuando nos conocimos, sombras que pasan mientras el entorno sigue su curso. Cada expedición hacia el reino de estos felinos ha sido un acto de observación paciente y, en mi caso, de introspección, de escéptica introspección además. La vasta geografía me invita a contemplar no solo el entorno, sino también mi propio lugar en él; tú sí sabrías cómo grabar este pensamiento que apenas te alcanzo a describir torpemente.
[Escena 3: La Búsqueda — Rastros y Paciencia]
Durante días y días seguimos rastros de huellas generalmente de pájaros y aves depredadores, escuchamos el eco de sonidos lejanos y analizamos el entorno en busca de señales de su presencia, como baquianos esperanzados y perplejos con la maravilla que se nos presenta. Encontrar al leopardo de las nieves es un ejercicio que requiere paciencia, un arte de interpretación casi arqueológica en un entorno vivo. Mi equipo me enseñó a identificar huellas apenas visibles sobre la nieve y a distinguir el comportamiento de otras especies en relación a su presencia, es similar a seguir el hilo existencial de una mujer, muy relacional y solitario al mismo tiempo.
Los lugareños lo llaman “el fantasma de las montañas,” pues es experto en moverse sin dejar rastro, adaptado al anonimato. A lo largo de los años, esta adaptabilidad ha permitido que el leopardo conserve su espacio en las alturas y al mismo tiempo, ha reducido su encuentro con los humanos a un suceso rarísimo y este comportamiento se ha generalizado y al parecer se trata de una tendencia que acrecienta su importancia en la vida de los humanos, tan necesitados de símbolos de resistencia y autenticidad. Esta dualidad —el estar presente pero sin ser visto— es quizás una lección en sí misma sobre la existencia: ¿cómo podemos ser parte del mundo sin imponer nuestra huella en cada cosa?
[Escena 4: El Encuentro — Un Momento de Conexión]
Y luego tras días y días de espera y de lecciones en silencio, ocurrió lo improbable: lo vi. Surgió entre las rocas como un susurro, como una sombra esculpida en el mismísimo aire del tiempo. En un instante de quietud que convocaba y rompía al mismo tiempo la distancia entre dos especies, y por un segundo sentí que entendía algo más profundo que una simple observación. El leopardo de las nieves estaba allí, mirándonos, y en esa mirada ingeniosa y algo desinteresada percibí una inteligencia ajena a la nuestra, una inteligencia de antigüedad digamos, un tipo de libertad que no necesita validación alguna.
El impacto de ese encuentro radica en la conciencia de que estábamos ante algo inalterable o inalterado por las épocas, algo que no nos pertenecía por ser tan recién llegados a este instante. Su libertad era un recordatorio de que existen mundos ajenos al humano, espacios donde la vida sigue su curso sin nuestra intervención, por fortuna para los buscadores de los comportamientos típicos que la vida silvestre adopta, en función de la presencia que significamos como especie al parecer dominante. Como observadora, entendí que mi lugar no era el de un poseedor de conocimiento, sino el de un testigo silencioso, como en la película aquella del soñador que se encuentra con el fotógrafo de la revista Life creo. Esa libertad es también una forma de resistencia mu amigo, una lección de la naturaleza para aquellos que desean dominarla, y aquí nos vamos poniendo apocalípticos, ¡óstias que vienen los zombies!
[Escena 5: Reflexión Final — La Libertad y el Equilibrio]
Al regresar de mi viaje entendí que el leopardo de las nieves es algo más que un emblema de la biodiversidad, para mí es una manifestación de la libertad en su forma más pura, aunque me es difícil de explicar. En un mundo donde buscamos conocerlo todo, este felino nos muestra que hay fuerzas naturales que escapan a nuestro entendimiento y que, tal vez, es precisamente esa independencia la que garantiza su supervivencia; tal vez esos lenguajes íntimos estén a nuestra disposición.
Cada vez más, nuestras ciencias ambientales y los estudios de conservación abogan por la importancia de preservar estos espacios no sólo como hábitats, sino como santuarios de lo inabarcable y en tanto que se los proteja que se invoque lo que se suele invocar, en el territorio de lo inefable cabe hasta la inmensidad de nuestra ignorancia. Necesitamos estos rincones indómitos del planeta porque en ellos radica la verdadera diversidad del mundo, esa que no puede ser medida en términos de utilidad o posesión y en un mundo en el que las utilidades y la posesión imperan, lo abrumador de reflexionar en ello permite decantar la realidad de un mundo en el que se extiende la gubernatura del comercio.
[Escena 6: Hacia el Futuro — Un Compromiso Colectivo]
A medida que avanzamos hacia un futuro donde cada vez más partes del planeta se ven impactadas por la actividad humana en sus diversos grados de irreflexibilidad, la protección de especies como el leopardo de las nieves no es sólo un acto de conservación de la fauna en peligro de extinción, sino una declaración de principios de un aprendizaje de compromiso con el aprendizaje. Si queremos vivir en un mundo que aún alberga misterio, un mundo donde la libertad no se haya convertido en un concepto obsoleto, debemos proteger a aquellos seres que nos enseñan, en su propia existencia, el valor de lo incontrolable. Aquí podemos pasar al patrocinador.
Este viaje a Pakistán ha reforzado en mí una convicción: nuestra misión, tanto científica como espiritual, no es sólo entender y documentar la naturaleza, sino proteger su esencia, su capacidad de existir por sí misma. En las alturas de Pakistán, en el reino del leopardo de las nieves, no sólo descubrí un felino; descubrí una forma de libertad que, aunque ajena, es esencial para el equilibrio de nuestro planeta.
Fin
Ahora el reportaje en serio, no te puedo mostrar las fotos cariño porque ya sabes, pero te las describiré lo mejor posible como me enseñaste.
Tras las Sombras del Leopardo de las Nieves: Un Viaje a la Sabiduría de las Alturas
Reportaje fotográfico por Cora Alcázar Salazar
Para National Geographic _National Geographic Expeditions …
[Fotografía 1: La inmensidad del Karakórum al amanecer, las cumbres en tonos de dorado y azul gélido]
Introducción: La llamada de las cumbres
Decidí emprender este viaje no por afán de conquista, sino para escuchar lo que las montañas tenían que decir y me hablaron.
Reportaje especial por Cora Alcázar Salazar
Para National Geographic Mediterránea
El Karakórum es un mundo aparte, donde las leyes de la vida y la muerte son implacables y los espacios, infinitos. En estos picos escarpados, encontré algo que iba más allá del paisaje: una lección sobre la naturaleza y sus secretos, revelada en el silencio del amanecer. Al sumergirme en este territorio, entendí que estos entornos no son de los hombres; pertenecen a quienes saben vivir sin dejar huella.
[Fotografía 2: Primeros rastros del leopardo en la nieve, una huella solitaria y difusa entre las rocas]
Los rastros: Paciencia y respeto
Seguimos sus huellas por días. En esta búsqueda, aprendí que encontrar al leopardo de las nieves exige más que destreza o tecnología; demanda humildad y paciencia, técnica y disciplina . La nieve, al revelarnos sus rastros, parecía decirnos: “El felino está aquí, pero no le pertenece a nadie”. Al interpretar cada huella, nuestros guías paquistaníes compartían fragmentos de su sabiduría ancestral: a cada paso en esta tierra debemos ser un acto de respeto, y cada huella en la nieve también es un recordatorio de que somos visitantes en el reino de otro, de otro del que quizá desconocemos completamente sus prácticas de anfitrión.
[Fotografía 3: Una escena en la altura, donde una cabra montés observa hacia el horizonte, luce pensativa, qué mirará me pregunta Claudia BawGrant una experta en seguridad de montaña, qué pensará le contesto yo y Claudia me mira con sus gélidos ojos de preciosa elfa, ¿te acuerdas que te decía que me recordaba al personaje de Ed Harris como francotirador de las SS?, bien pues, conseguí un mejor sustituto que además le hace justicia]
El equilibrio de los solitarios
Al observar la vida salvaje de estas montañas, entendí con diáfana claridad que cada criatura sabe lo que es vivir en el equilibrio perfecto entre la soledad y la interdependencia; excepto la humanidad las demás criaturas parecen estar en función de esa idea. El leopardo de las nieves, con su sigilo y su independencia, encarna esta misma armonía: se adapta sin forzar el entorno, como si fuera una sombra que se desvanece en la misma roca que la cobija. En el mundo humano, buscamos compañía, validación y, a veces, dominamos para sentirnos seguros. Aquí en cambio, la vida depende del respeto a los otros y a la misma tierra, es una cuestión típica de estricta adaptación pero en un envase espectacular.
[Fotografía 4: Una toma nocturna del Karakórum iluminado por las estrellas resplandecientes]
La noche en el Karakórum: Contemplación y aceptación
La noche en el Karakórum es un santuario de silencio, un espacio donde las preguntas de la mente humana se disuelven en la vastedad sustancial de la superficie de la realidad inmediata. En el campamento, bajo el manto estrellado, reflexioné sobre nuestras ambiciones y sobre el concepto de “conquistar” la naturaleza. Las estrellas, inmutables en su orden, parecían testigos de una verdad sencilla por estos lados del mundo: que no estamos aquí para vencer, sino para aprender que ni siquiera estamos aquí, y para dejar que la vida tome su curso y divertirnos con ello si ello está a nuestro alcance, aprender a enfocar la creación de escenarios de bienestar para aprender a devenir en el constante devenir que quizá no necesite de nuestra intervención, el más importante para nosotros, el nuestro, mientras tanto continuaré estudiando con el esmero de siempre, por si acaso y por aquello del sano escepticismo.
[Fotografía 5: El encuentro — el leopardo de las nieves, apenas visible entre las rocas, muchos plano s detalle]
El momento — un vislumbre de la libertad
Finalmente, la fortuna me permitió ver al leopardo. Un instante, tan fugaz como profundo. Lo vi surgir de entre las rocas, silencioso, su presencia tan etérea como si fuera una figura tallada en la misma montaña. Me quedé quieta, sabiendo que cualquier movimiento podría romper la frágil conexión. En ese momento, entendí que el leopardo no era solo un animal: era una expresión de libertad en su forma más pura, un ser que ha sobrevivido porque se niega a ser visto y, por ello, se mantiene invulnerable a nuestra influencia.
[Fotografía 6: Un primer plano del Karakórum, desierto y a la vez pleno de vida en cada rincón]
Reflexión final: La libertad y el aprendizaje
El leopardo de las nieves, con su vida solitaria y su adaptabilidad puede ser observado como el recordatorio de algo fundamental: que la libertad no se trata de escapar o de luchar, sino de adaptarse y existir en respeto profundo con el entorno, respeta la realidad, aprende a satisfacer sus exigencias. Nosotros, los humanos, necesitamos aprender de este equilibrio, dejar que la naturaleza continúe siendo lo que es en ciertos lugares tipo santuario como estas lejuras, sin que nuestra necesidad de entender se convierta en un deseo de comprensión y finalmente de control.
El Karakórum me enseñó que la libertad verdadera es esa que no exige nada a cambio más que la permisividad de su presencia, y que lo mejor que podemos hacer es observar porque es un delicado equilibrio y hay que aprender, y recordar que en el vasto pasado de la naturaleza, somos, en realidad, los espectadores en primera fila, privilegiados pero ignorantes de lo que acecha a nuestras espaldas, excepto cuando decide mostrarse a nuestro entendimiento.
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