MØTIV

  eso que mueve incluso a pesar

Preámbulo

Los motivos representan el fundamento de la acción pero es la acción, el actuar, lo que nos conduce a las experiencias, la acción nos pone en la jugada pero es la manera de actuar lo que determina la inteligencia.

De la motivación se ha dicho que es la chispa en la hoguera del logro y otras metáforas de ese estilo, quizá todavía más ampulosas, pero de manera irónica los motivos son mucho más que chispas, es lo que te lleva a seguir haciendo chispas aunque te encuentres invadido por la sensación de un inminente sucumbir ineludible, y aún así, con todo y eso seguir, al borde de la renuncia, en la frontera del equilibrio mental, a pesar de las ganas de devolver las tripas, algo de ese nivel.

Tal vez la pregunta legítima sería algo así como ¿cómo identificar, conjurar o fabricar los motivos?

No sé, sólo le doy sentido conceptual, cuerpo teórico y elaboro una que otra pregunta satisfactoria, de manera más o menos organizada, por ejemplo ¿qué tan viable es una socialización motivacional proactiva en función del bienestar individual y la conquista, defensa y reflexión crítica y dialéctica de la libertad y su adecuación al bienestar del individuo en sociedad, a la adaptación humana al principio de libertad individual?

Postulado:

¿Estamos programados genéticamente para sentir o percibir la fuerza o el impulso contenido en la práctica estratégica de la motivación?

Donde el postulado es el eje entroncador del argumento del cual derivan las preguntas inicialmente presentadas.

¿Qué se va a rebatir?: los motivos no son misterios aunque sean misteriosos, son un impulso tal vez vinculado con la naturaleza primigenia de los instintos, que pueden a su vez tener por naturaleza una tendencia a convertirse en la protogeneración de los motivos, apoyándonos epistemológicamente en el fluir vital, en la ley del devenir y en que la realidad se impone como un adversario muy astuto, que trilla antes de tiempo a quien no se encuentra a la altura del reto sin la menor contemplación. Así vamos construyendo en el camino y por la senda de lo casualmente planificado, como santuarios al motivo, al poder de saberse bien motivado, quizás nuestra identidad más precisa, universal y moldeadora de la personalidad, una personalidad a lo mejor de rasgos significativamente instintivos.

Introducción

 del motivo a la causa

Hay algo profundamente humano en preguntarse qué nos mueve. Los motivos son esos impulsos que, de una forma u otra, sostienen nuestro andar, a menudo silenciosos, a veces caóticos, pero siempre presentes. No son misterios son signos, rastros de lo que nos importa, aunque a menudo no sepamos nombrarlos con precisión.

Cuando esos motivos encuentran coherencia, cuando dejan de ser fuerzas dispersas y se orientan hacia un propósito, se transforman en algo más: una causa. Y una causa no es otra cosa que el intento de dar al mundo una respuesta, de encontrar en medio de la incertidumbre un eje que guíe el actuar.

Este ensayo explora ese tránsito: cómo los motivos configuran una causa y cómo esa causa, lejos de ser un ideal estático, puede convertirse en una herramienta para habitar la realidad con mayor conciencia y dirección. Aquí no se pretende ofrecer respuestas definitivas, sino abrir una reflexión sobre cómo articular lo que nos mueve con lo que enfrentamos, y cómo esa articulación puede ser clave para construir una vida no solo plena, sino también congruente, en especial si aprendemos a apoyarnos en la ciencia, el aprendizaje continuo y el pensamiento racional.

Al final, lo que está en juego no es solo qué nos impulsa, sino cómo ese impulso encuentra sentido en lo que hacemos. Porque tal vez, el verdadero arte de vivir radica en aprender a elegir los motivos que nos llevan a avanzar, y en transformarlos, poco a poco, perfeccionando el quehacer en el quehacer, en una causa que valga la pena sostener.

Sobre los motivos: ensayo desde lo íntimo y lo universal

I. Lo que empuja a pesar de todo

Hay algo en el acto de moverse que no se explica solo con palabras. Se siente más cerca de un impulso, un deseo que no se extingue ni siquiera en el agotamiento. Lo llamamos motivo, y aunque suene sencillo, es todo menos eso. Un motivo no es una chispa casual, es lo que sigue encendiendo el fuego incluso cuando el viento adversa apagándolo una y otra vez.

Hablar de motivos no es hablar de fórmulas. No se encuentran ni se inventan, se descubren en el acto mismo de buscarlos. No siempre son claros ni luminosos. A veces un motivo aparece disfrazado de rutina, de obligación, o incluso de desesperación. Pero ahí está, persistente, latiendo debajo de la superficie, como si supiera que el simple hecho de continuar ya es un triunfo; puede que los motivos también tengan su dimensión maligna.

Entonces, ¿cómo identificarlos, para empezar? Creo que la respuesta está en detenernos. No tanto para pensar, sino para escuchar. Los motivos no gritan; susurran. Hablan a través de los momentos en que algo nos detiene: un miedo, una esperanza, una duda. Si prestamos atención, los motivos no solo se revelan, sino que también nos enseñan algo esencial sobre nosotros mismos: aquello que realmente nos importa; los motivos son personales y cada quien debe enfrentarse a los suyos y encontrar la forma de reunirlos, pues en estado salvaje son como potros sin más rumbo que el dictado por las eufóricas correlonas en cualquier dirección.

II. Compartir motivos sin perderse en el intento

Poner los motivos en común, es decir socializarlos, es una idea tan compleja como fascinante. Vivimos en un mundo donde se nos empuja constantemente a actuar, a producir, a alcanzar. Sin embargo, no siempre se nos invita a reflexionar sobre por qué lo hacemos. ¿Qué pasaría si, como sociedad, en lugar de imponer objetivos, construyéramos espacios para que cada quien encuentre su propio camino? por poner un ejemplo ejemplizante.

Además no se trata de convencer a otros de adoptar nuestros motivos, sino de ofrecerles un espacio para descubrir los suyos, más o menos es así como funciona. La motivación colectiva no debería ser una consigna que anule la individualidad, sino una red que sostenga sin sofocar. En esa red imaginaria, el bienestar individual y el colectivo pueden convivir sin conflicto gracias a un dominio del lenguaje que nos permite comunicarnos bien.

Lo difícil, claro, es no caer en la tentación de uniformar con mensajes ideologizantes o idealistas, que decaen en ideología. Cada persona necesita tiempo, libertad y confianza para que su motivo emerja. Y una vez que lo hace, el papel de la sociedad no es juzgarlo, sino apoyarlo, indicarle las herramientas y cómo conseguirlas. Porque al final, lo que sostiene a una comunidad no es la similitud de sus motivos, sino la forma de sobrellevar sus diversas causas, las causas personales socializadas con la convicción de quien no conoce la duda.

III. El instinto como origen y no como límite

¿Estamos programados para los motivos? Tal vez, pero quizá no en el sentido rígido de la palabra. El instinto es el punto de partida, no el destino. Nos mueve lo básico: comer, protegernos, sentirnos seguros. Pero, en algún momento, esa necesidad primaria se transforma en otra cosa. El hambre se convierte en la búsqueda de algo más que alimento; el refugio, en un deseo de pertenencia; la seguridad, en una aspiración de trascendencia.

Lo interesante de los motivos es que no se quedan en lo que la biología dicta. Tenemos la capacidad —y quizá también la responsabilidad— de darles forma, de elegir hacia dónde dirigirlos. Así, lo que comienza como un impulso se convierte en propósito. Y en ese proceso, nos encontramos.

IV. Que todo sea un motivo

“Que sea un motivo.” Hay algo poderoso en esa frase. Las palabras son mareé profundos dicen, al final, todo puede ser un motivo si lo miramos de cierta manera. Una derrota, un paisaje, una conversación perdida. Lo importante no es tanto lo que nos mueve, sino más bien el cómo nos permitimos ser movidos, cuando podemos permitírnoslo.

Por eso inventamos rituales, celebraciones, certámenes, metas, desafíos. No para entretenernos aunque algunos se pierdan ahí, sino para recordarnos que siempre hay algo por lo que vale la pena seguir. Los motivos no son ornamentos, son raíces y aunque a veces parece que nos faltan, la verdad es que siempre están ahí, esperando que los hagamos visibles.

Lo que me queda claro es esto: un motivo no necesita ser grandioso para ser real. Puede ser algo pequeño, casi insignificante, pero si nos hace levantarnos, ya es suficiente. No somos lo que hacemos, sino lo que nos mueve a hacerlo digamos. En esa diferencia radica nuestra humanidad.

Al final, no importa cuánto teoricemos sobre los motivos; lo que importa es que existan. Que nos impulsen. Que nos den su porción de susurros. Que inspiren nuestros miembros a seguir funcionando. Que nos desafíen. Que nos sostengan, incluso en los días más difíciles. Porque, en el fondo, eso es lo único que cuenta: seguir avanzando, y el avance no se hace mejor porque tengamos todas las respuestas, sino porque encontramos un motivo para buscarlas, o porque dejamos que el motivo nos encuentre, nos dejamos inundar por el mensaje vivificador de su espléndida naturaleza, casi al borde de lo sobrenatural.

La congruencia de los motivos como génesis de la causa

Por otro lado la convergencia de los motivos no es un accidente, se puede definir como una construcción consciente, va a la cuenta de nuestras elecciones y a la salud de sus consecuencias. Cuando los motivos, esos impulsos que laten bajo la superficie de la existencia digamos, se alinean en una dirección clara y sostenida, cuando se coordinan o cuando logramos coordinarlos, emergen como algo más, se molecularizan en un patrón, se aúnan en lo que se conoce como una causa. La causa, entonces, no es otra cosa que la congruencia de motivos que encuentra su forma en el mundo, el mundo que impactamos con nuestra presencia y con nuestros actos y dichos: un propósito que trasciende lo individual y se proyecta hacia algo más amplio, duradero, significativo aunque no necesariamente.

Definir la causa implica ir más allá de su dimensión práctica. Una causa es, en esencia, la suma de voluntades que se ordenan y actúan en función de un objetivo compartido, porque somos seres relacionales y cuando interactuamos al nivel de causas éstas implican que ya hemos aprendido a lidiar con la otredad y la entridad y la etceteridad. Pero una causa también es un horizonte, un punto de referencia que nos ayuda a mantenernos firmes cuando la incertidumbre amenaza con desbordarnos y eso puede pasar muy a menudo, violentamente y con cohetes incendiarios a la distancia. La causa es el lugar no sólo mental donde nuestros motivos encuentran sentido, y donde ese sentido, a su vez, adquiere poder transformador; la causa se alimenta del paisaje, lo recompone, deshaciéndose de lo que no funciona para los propósitos en el proceso, por eso hay que aprender a elegir buenas causas.

Causa y realidad: un diálogo necesario

La realidad, con su carácter implacable, no es de las que se adapta a nuestras intenciones. Es cambiante, exigente, y muchas veces si no la mayoría indiferente a nuestros deseos. Pero lejos de ser un obstáculo, esto convierte a la causa en un ejercicio de lucidez. Reconocer la realidad no significa rendirse a ella, sino aprender a surfear entre sus límites o por lo menos mantenerse a flote, para encontrar las mejores corrientes disponibles por así decirlo, y cada vez parecen ser menos.

En este sentido, la noción de causa se adapta al bienestar porque nos obliga a pensar más allá del instante y a articular nuestros motivos en una estrategia, así que nos organiza o nos sirve para justificar una organización con sentido, pues el sentido encausa la inercia, la energía involucrada y la estructura en sí misma. Una causa no es un capricho ni una reacción impulsiva, es el resultado de una reflexión sostenida, de una voluntad que se educa a sí misma para ser efectiva. Al construir una causa no solo cultivamos nuestros motivos, los ponemos en relación con el mundo, les damos una dirección que trasciende lo inmediato en términos de importancia pues, al tener la dirección, el rumbo digamos, podemos sostener con relativa comodidad nuestros andamios inmediatos de cotidianidad significativa.

La causa como estrategia para cultivar los motivos

Consideremos cómo puede usarse el concepto de causa para darle mejor dirección a nuestra vida:

1. Claridad en los motivos: Identificar aquello que verdaderamente importa. Los motivos dispersos no tienen fuerza; al reunirlos bajo una causa, se concentran y adquieren coherencia.

2. Adaptación consciente: Una causa no es rígida. Es flexible, como la realidad misma. Permite que los motivos evolucionen sin perder el sentido general. Es, en cierto modo, un equilibrio entre la fidelidad a uno mismo y la capacidad de adaptarse.

3. Perseverancia informada: Una causa no solo nos impulsa; también nos orienta. Actuar con una causa en mente es como moverse con un mapa: no elimina los obstáculos, pero sí nos permite enfrentarlos con mayor claridad.

4. Impacto compartido: Cuando los motivos se convierten en una causa, dejan de ser exclusivamente personales. La causa nos conecta con otros, nos permite articular nuestra acción con la de quienes comparten una visión común.

Causa, bienestar y proceder

La causa, entendida así, no es un ideal abstracto, es una herramienta práctica para construir bienestar. Nos ofrece un marco desde el cual evaluar nuestras decisiones, un criterio para distinguir lo urgente de lo importante. Pero, sobre todo, nos recuerda que actuar no es suficiente, que es necesario actuar con sentido tanto de aventura como de cautela.

El bienestar no surge solo del logro, sino del proceso de avanzar hacia algo que reconocemos como valioso. Una causa, bien planteada, nos ancla en ese proceso. Nos permite entender que el bienestar no es un destino, sino una construcción constante, una danza de los nueve velos entre nuestros motivos y la realidad que habitamos antes de adoptar la mejor posición.

Al final vivir con causa no significa tener todas las respuestas, sino más bien aceptar la funcionalidad práctica de pensar que el camino tiene sentido porque lo hacemos nuestro. Es una estrategia en la que no se trata solo de moverse, sino de saber por qué, por dónde y hacia qué horizontes. Y en esa dirección, cada paso, por pequeño que parezca, se convierte en motivo suficiente pero lo mejor, permite enfocarse en lo importante, lo inmediato, lo que no retorna, aquello que resulta inestimable, la vida misma.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Figure 01, el robot con cerebro de promtsismo.

C O N F E C C I O N A R T E

En búsqueda del Entendimiento en un Universo Múltiple